Archaeogem no llega a tanto: es un juego más simple y humilde, que se conforma con armar un puñado de niveles (tres principales, suficientemente grandes como para ocuparte una hora y pico cada uno, y dos que hacen las veces de prólogo y epílogo, más breves) en los que sí hay espacio para alguna sorpresita, para experimentar con una idea de exploración que le sienta al arqueólogo como anillo al dedo, con una especie de narrativa interna que te lleva a espacios cada vez más angostos y oscuros a medida que exploras y te internas en las profundidades de cada mundo. Imagino que por eso nadie quiere ser un «Celeste-like», y que no sería del todo justo colocarle a Archaeogem esa etiqueta, porque en el fondo solo quiere ser un buen plataformas de precisión, un reto interesante pero contenido; un juego que te da para dos o tres buenas tardes, bien aprovechadas, y ya. La trascendencia hay que buscarla en otros sitios, quizá en —como confieso que hice yo poco después de terminar este— Celeste, precisamente.