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Teratopia: una sorpresa envuelta en mamporros6 min read

9 de febrero de 2021 4 mins de lectura

Teratopia: una sorpresa envuelta en mamporros6 min read

Sin rodeos: estos días he estado jugando a Teratopia, y lo cierto es que ha sido toda una sorpresa. Por lo que conocía del juego, me había hecho una idea de él bastante alejada de lo que en realidad ha resultado ser. Hasta el momento anterior a iniciarlo por primera vez, e incluso mientras esperaba ante la pantalla de carga para empezar la partida, pensaba que me enfrentaría a un roguelike, con un mapa diferente cada run y un alto factor de aleatoriedad. Spoiler: no me acercaba ni un poco. Además, también estaba seguro de que sería uno de esos títulos ante los que te sientas y juegas de forma prácticamente mecánica, como una especie de trámite para escribir el análisis, —no porque su calidad sea insuficiente, debo aclarar, sino por mi propio estado y lo que pensaba que me sugeriría el juego en ese momento—. De nuevo, craso error. Una vez más se confirma que no tengo ni pajolera idea de videojuegos. O, al menos, que no se me da bien calarlos a primera vista.

Comenzando la fe de erratas por el principio, diré que el juego de Ravegan no es ni mucho menos un roguelike. A pesar de que su perspectiva isométrica pueda dar esa primera impresión, lo cierto es que se trata de una aventurita de acción, compuesta por niveles con un pelín de exploración y algo de plataformeo que, aun estando conectados entre sí, se van desbloqueando desde el menú principal. Durante el desarrollo de estas fases, avanzaremos derrotando a los enemigos que intenten buscarnos las cosquillas y, al final de cada tramo, enfrentaremos a un jefe. Todo esto lo haremos controlando a uno de los tres monstruillos protagonistas. Tucho, la bola azul con pinchos y los puños calentitos, es el personaje inicial, más enfocado al combate cuerpo a cuerpo, pero a medida que avancemos podremos rescatar —y desbloquear— a sus dos colegas: Benito, una criatura con look de arbusto que se especializa en combate a larga distancia, y Horacio, el ser con reminiscencias de pegote, experto en mermar lentamente la vida de sus adversarios mediante ataques de veneno.

Además, Teratopia cuenta con una mecánica principal basada en la creación de secuaces durante los combates. Con un estilo y comportamiento similar al de los Pikmin, cada tipo de ayudante está enfocado a una función determinada (algunos simplemente son masillas que atacan a lo loco pero otros, por ejemplo, ejercen como tanques u ofrecen magias de apoyo). Saber cuándo utilizar cada tipo de secuaz y cómo actuar con el personaje principal es más importante de lo que pueda parecer a priori, pues sin llegar a ser un bullet hell, hay momentos de tensión donde es necesario esquivar con precisión, y saber cuándo atacar y cuándo retroceder. En ese sentido, por suerte, los enemigos tienen patrones que pueden leerse de forma clara, de modo que, aunque exista un buen abanico de especies y puedan juntarse muchas diferentes en pantalla, en todo momento es intuitivo saber qué está pasando y qué debe hacerse. Las peleas contra jefes, por su parte, son especialmente llamativas, la mayoría con mecánicas originales y bien pensadas. Sin duda uno de los puntos fuertes del título.

Por otro lado, también debo corregir mi segunda suposición pues, a pesar de mis infundadas expectativas, Teratopia ha resultado ser un juego tremendamente divertido. Es una de esas pequeñas maravillas de diseño donde abundan las decisiones bien tomadas y las buenas ideas. Tanto la progresión como su curva de dificultad avanzan a ritmo constante, ofreciendo algunos objetivos secundarios que añaden algo de rejugabilidad y pequeños picos de dificultad que, aun estando bien medidos, nos recuerdan que no debemos reclinarnos demasiado en el sofá. Por esta forma —casi siempre— despreocupada de jugar que permite Teratopia, me aventuraría a decir que es una buena elección si queréis echar algunas partidas escuchando una playlist de just vibing o incluso con un podcast de fondo (como este o este, por proponer un par jeje). Pero lo cierto es que tiene una banda sonora con tanto carisma que me sabe mal decir que le bajéis el volumen a la tele. Son piezas que se adaptan de lujo a la ambientación de cada nivel, y que le dan un aire distinto a cada uno.

Los tramos de plataformeo, sin embargo, no terminan de estar muy finos. Tal vez sea por el ángulo de la cámara, o simplemente por una falta de pulido en el salto, pero en algunas ocasiones la poca precisión de estas secciones puede resultar frustrante. Además, si en un fallo de cálculo al brincar caemos al vacío, no volveremos a aparecer unos pasos a atrás o en alguna especie de checkpoint, sino que el juego nos llevará de nuevo al menú y tendremos que volver a seleccionar el nivel, empezándolo desde el principio. Esto, si de por sí suena un trámite poco óptimo, empeora aún más por culpa de unos tiempos de carga exhaustivamente largos. Desde que seleccionamos una pantalla hasta que empezamos a jugarla pasaremos un buen rato mirando uno de los artworks del juego que, aunque bastante bonitos, no justifican ese tiempo muerto. Como digo, estos tiempos se sienten como una trabanqueta traicionera para la fluidez y la amabilidad que desprende Teratopia en sus demás apartados y, aunque es fácil olvidarse de ellos una vez el nivel carga y empezamos a jugar, sin duda resultan molestos.

Pero no quisiera que os quedaseis con un sabor de boca amargo, y volviendo a mi sentencia inicial, os aseguro de nuevo que Teratopia ha sido una gratísima sorpresa. Pese a algunos cantos que han quedado sin limar, no esperaba encontrarme con un producto tan redondo, con un tono buenrollero tan bien llevado y una jugabilidad tan bien diseñada. Por supuesto, cabe la posibilidad de que mi sorpresa se deba a que llegué a él sabiendo muy poco, y que del no esperar nada el asombro fuese más grande. Si estáis leyendo esto y os planteáis darle una oportunidad, yo os animo encarecidamente a hacerlo. Pasaréis un buen rato, entretenido con un juego que pide poquito de vosotros pero que ofrece mucho a cambio. Es posible que no os llevéis una sorpresa tan inesperada como la mía, pero lo que sí os puedo asegurar es que experimentaréis una diversión auténtica, relajante, con un cierto grado de inocencia y, sobre todo, sincera.

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Ambientólogo y camarero. Amante de lo japonés, los dinosaurios y la sanfaina con atún. Escribo y juego tumbado, normalmente desde Barcelona.

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